domingo, 8 de marzo de 2009

Análisis cinematográfico: "La Ola"


Título original: Die Welle.
Nacionalidad: Alemania.
Género: Drama.
Duración: 110 minutos.
Calificación: **** (en una escala de 0 a 5 estrellas).

Advertencia: quien no haya visto la película, que no lea este análisis.

El 18 de febrero de 2005 se estrenó en España El Hundimiento, una película de impecable factura que narra los últimos días de la vida de Hitler. La interpretación de Bruno Ganz, que da vida al führer, no dejó indiferente a nadie, ya que mostraba su lado más humano. El director de la cinta, Olivier Hirschbiegel, sabía que crearía polémica, y que ciertos sectores de la población, especialmente los judíos, protestarían airadamente. Sin embargo, es ésto precisamente lo que diferencia a El Hundimiento del resto de películas que tienen a Hitler como protagonista. Nadie en su sano juicio niega que fuera un dictador cruel y sanguinario, pero, ¿era tan déspota con sus seres más queridos? ¿Es imposible pensar que amara a la que sería su esposa, Eva Braun, o sintiera cariño por su secretaria, Traudl Junge, en cuya historia, entre otras, se basa la cinta? Puede entenderse que en Alemania el tema Tercer Reich y todo lo que supuso levante ampollas, pero ocultarlo carece de sentido. Pasó, y punto. ¿Por qué no producir películas que aporten una visión más original sobre esta cuestión? Hay que agradecer a Hirschbiegel que se atreviera a contar esta historia, y que otros realizadores, como Dennis Gansel, director de La Ola, sigan por esta senda.

El punto de partida de La Ola es un suceso que tuvo lugar en 1967 en una escuela de Palo Alto, California (Estados Unidos de Norteamérica). El profesor Ron Jones, que impartía Historia en dicha escuela, no supo qué responder a una pregunta formulada por un estudiante. La pregunta era la siguiente: ¿por qué el pueblo alemán consintió el Holocausto? Tras reflexionar, Jones propuso a sus alumnos un experimento: instaurar en el aula un régimen autocrático, a imagen y semejanza del régimen nazi. La disciplina era férrea, y las órdenes del líder no podían ser cuestionadas. Jones llamó al movimiento La Tercera Ola, creó un saludo similar al utilizado por los nazis, que los estudiantes debían emplear incluso fuera del aula, y enseñó estrategias a sus cachorros para captar más personas. El número de adhesiones creció de forma espectacular: el primer día de clase el movimiento contaba con 30 miembros, pero al término del tercer día ya se habían inscrito más de 200 personas. Jones estaba sorprendido por la lealtad que mostraban sus alumnos hacia La Tercera Ola, una lealtad que llegó a extremos insospechados, ya que algunos de los estudiantes empezaron a denunciar a los compañeros que no cumplían las normas que habían sido dictadas por el líder. Viendo que el experimento se le iba de las manos, Jones decidió ponerle fin, y para ello dijo a sus alumnos que lo que habían vivido durante los últimos días no era más que una reproducción de un régimen fascista, de la que voluntariamente habían formado parte, y a continuación proyectó una película sobre el régimen nazi. Se dice que, durante la experiencia, uno de los alumnos se suicidó, pero este hecho no está documentado.

Pues bien, Gansel traslada estos hechos a la Alemania actual. Rainer Wenger (el equivalente a Ron Jones) es profesor en un instituto germano. Mantiene una estrecha relación con sus alumnos, pero el trato con la mayoría de sus colegas es frío (los únicos maestros que se llevan bien con él son la directora del centro y su novia, Anke, con la que va a tener un hijo). Aunque le habían encomendado impartir un curso de anarquía, un tema que le apasiona (fue okupa durante 5 años y le interesa la lucha obrera), al final tendrá que hablar a sus alumnos sobre autocracia. El objetivo de este curso es explicar a los chavales las características de un régimen autocrático, haciendo hincapié en los peligros de dicha forma de gobierno, y mostrarles las ventajas de una democracia. Para ello, Wenger diseña un experimento similar al de Jones y, al igual que sucedió en éste, las consecuencias serán terribles. El director de la cinta muestra maravillosamente la evolución de los alumnos: al principio de la experiencia, la mayoría no se sienten cómodos, pero el ser humano es curioso por naturaleza, así que todos, salvo 3 (que acabarán volviendo), se quedan en clase. Quieren saber cómo se desarrollan los acontecimientos. El profesor Wenger se erige en líder por aclamación popular y exige a sus alumnos que cuando deseen dirigirse a él le llamen señor Wenger y que cuando quieran hablar pidan la palabra y se levanten. Para justificar ésto último, por ejemplo, les dice que levantarse mejora la circulación, esto es, les imbuye ideas que, aunque no son falsas, no responden a su propósito principal: militarizar al grupo. Les ordena marcar el paso y fomenta el espíritu de camaradería. Poco a poco, los estudiantes se acostumbran a la nueva situación, y sienten que forman parte de una comunidad a la que todos pueden acceder. La noticia de que un profesor imparte clase de una forma original (aquí podría establecerse un paralelismo con El club de los poetas muertos, pero ahí se queda, pues las temáticas de ambas cintas son totalmente diferentes) se extiende como la pólvora por el instituto y, de hecho, el curso de anarquía pierde alumnos en favor del de autocracia. El número de adhesiones crece, y el movimiento necesita un nombre. Por votación, los estudiantes eligen La Ola. Diseñan un símbolo, proponen un saludo y eligen un uniforme. Pero empiezan a aparecer problemas: los miembros difunden su mensaje mediante pintadas, cometiendo actos de vandalismo, que en ningún caso contaban con el visto bueno de su líder, se enfrentan a los anarquistas, y niegan el paso al instituto a los que no realizan el saludo o no visten la camisa blanca de rigor. Salvo algunos, que no fueron absorbidos por el movimiento, la mayoría están descontrolados. La situación es insostenible y, de hecho, explota en un partido de waterpolo. Los alumnos de Wenger que aún conservan el sentido crítico lanzan octavillas en las que piden que se detenga La Ola, por el peligro que entraña, y todo acaba en un enfrentamiento abierto entre las aficiones de ambos equipos, uno de los cuales dirige el propio Wenger. Es entonces cuando el profesor trata de poner fin al movimiento, aunque el espectador intuye que es demasiado tarde. Para ello, convoca a los chavales mediante SMS a una última sesión en el auditorio del instituto. Allí echa un discurso que no desmerece en absoluto de los de Hitler, y durante su intervención uno de los alumnos protesta y exige el fin del movimiento. Ante esta traición, Wenger ordena a sus fieles que lo detengan y lo suban al estrado. Sin embargo, es todo un ardid para hacerles ver en qué se habían convertido. Les dice que han ido demasiado lejos y que La Ola se acabó. Pero no todos están dispuestos a admitirlo. Uno de ellos, el más paranoico de todos, amenaza al auditorio con una pistola. No quiere que La Ola muera. Es su vida. Dispara a uno de sus compañeros, y apunta a Wenger, al que le dice: si da un paso más le pego un tiro en la cara. Wenger, con frialdad, le responde: ¿y qué pasará entonces? No habrá ningún señor Wenger que dirija tu Ola. Es entonces cuando el alumno comprende que no hay vuelta atrás, y se suicida. Finalmente, Wenger es detenido.

Una de las cosas que hace grande a esta película, además de la magnífica labor de dirección (Gansel tiene 35 años y ha realizado, hasta la fecha, 7 películas, por lo que no es un novato) y de las actuaciones (tanto la de Jürgen Vogel, que interpreta a Wenger, como las de los jóvenes que dan vida a sus alumnos, son muy buenas), es el hecho de que, además de la vida de los chavales en el aula, se explore su vida personal. No es ningún secreto que los individuos que no tienen familia o que tienen problemas familiares, esto es, los emocionalmente inestables, son los más propensos a ingresar en una secta o en un movimiento político de tendencias extremas. Pasan de estar solos o casi solos a estar rodeados de otros individuos que los entienden, y el grupo se convierte en su nueva familia, por la que incluso darían su vida. Esto se observa perfectamente en 2 de los personajes: Marco, que solo tiene a Karo, su novia, ya que perdió a su familia; y Tim, proveedor de droga del grupo y cuya familia parece no aportarle mucho. La evolución de Marco es mucho más gradual que la de Tim. Aunque da muestras de individualismo cuando juega al waterpolo, es un chico afable y cariñoso, que adora a su novia. Sin embargo, su carácter va cambiando a medida que Karo se desmarca de La Ola, y hacia el final de la película se enfrenta a ella: la reprende por haber repartido octavillas en las que se pedía el fin del movimiento durante el partido de waterpolo y la responsabiliza de que su equipo perdiera el encuentro. Al final, descarga todo el odio acumulado pegándole. Eso sí, se arrepiente y acusa a Wenger de haberle transformado, y acaba haciendo suya la exigencia de su novia: que ponga punto y final a La Ola. Es decir, su sentido crítico no ha sido anulado, a diferencia de lo que sucede con el de Tim: al comienzo es un chico marginado que se dedica al trapicheo, pero su vida cambia radicalmente cuando se matricula en el curso de autocracia y conoce a Wenger, con cuyos planes se muestra entusiasmado desde el principio. Es, sin duda, el más disciplinado de la clase. Sigue ciegamente a su líder, y llega a ofrecerse como su guardaespaldas, pues cree, en su paranoia, que corre peligro. Cuando tiene que renunciar a La Ola porque su líder así se lo exige, prefiere pegarse un tiro. Su vida carece de sentido si el movimiento muere. Esto recuerda a los militares y políticos nazis que preferían suicidarse antes que vivir en un mundo sin nacionalsocialismo. Son los ejemplos más claros, aunque no son los únicos personajes que evolucionan: ahí está Dennis, flamante director teatral. Al inicio de la cinta no sabe cómo hacer frente a los caprichos de los actores, pero tras haber aprendido modales en la Academia Wenger esos problemas dejan de existir: con aires dictatoriales dice al cuerpo de actores que todo se hará a su manera. Y no hay más que hablar. Por otra parte, está Karo: al principio participa en las clases, pero cuando descubre las intenciones de Wenger, decide desligarse de La Ola y se convierte en algo comparable a la Resistencia, lo cual, como ya se ha visto, le traerá problemas con su novio Marco. Es interesante comprobar cómo, afortunadamente, algunas personas se resisten a creer todo lo que les están contando y se niegan a encomendarse ciegamente a una persona. Piénsese lo que les pasaba a los alemanes que disentían del ideario nazi. Piénsese en la presión que la masa puede ejercer sobre el individuo. Por otro lado, no resulta menos interesante ver cómo afecta al profesor Wenger el experimento, sus gestos de sorpresa en ciertos momentos (ahí está la escena en la que todos los alumnos le saludan al unísono) y, sobre todo, cómo influyen los preocupantes resultados de la experiencia en su relación con Anke, que lo acusa de manipulador.

En definitiva, La Ola es una película que narra con habilidad uno de los experimentos más polémicos que se han realizado en las aulas. El ritmo no decae en ningún momento, y eso se debe, sin duda, a las interpretaciones más que convincentes de Jürgen Vogel y de los que dan vida a sus alumnos, destacando entre éstas las de Marco (Max Riemelt) y Tim (Frederick Lau). Lo único que se le puede achacar es su tono excesivamente moralizante. Por otra parte, es una cinta que invita a la reflexión, lo cual no se estila mucho hoy en día. Tras verla, uno se plantea preguntas como: ¿cuál es el límite de la libertad de cátedra? ¿Cuál es el límite de la libertad de expresión? Pero la más importante, a mi juicio, y que la cinta plantea directamente, es la siguiente: ¿es posible una dictadura en estos tiempos? Con el experimento de Jones (que se realizó, recordemos, en 1967, y nada menos que en Estados Unidos de Norteamérica) quedaba claro que sí y, con La Ola, es evidente que también. ¿Cuáles son los requisitos para que haya un sistema autocrático? Un líder carismático y un grupo numeroso de personas que le siga. El ascenso al poder de un individuo con aires de dictador se ve potenciado por condiciones sociopolíticas y socioeconómicas desfavorables. Recordemos que Hitler fue elegido en 1933, en medio de una crisis económica sin precedentes y con la mayor tasa de paro de la historia de Alemania. El pueblo germano estaba harto de la incompetencia de sus políticos, y vio en Hitler a su salvador. Aunque hoy en día Europa está mucho más unida de lo que lo estaba en los años 30, y la gente está mejor educada, las circunstancias económicas actuales no distan mucho de las de aquella época. ¿Realmente es impensable que surja un dictador en Europa? Mi opinión es que es muy difícil, pero no imposible. Como diría cierto ministro, no descarto esa posibilidad.

Saludos a todos.